Marcela Acuña, la «burguesa» de izquierda que armó el mito de Emerenciano Sena
Creció en una familia de intelectuales de clase media, empezó un amor "prohibido" con el piquetero y encabeza la organización que fundó con su marido. Está presa por el crimen de su nuera, a quien detestaba.
Marcela Acuña (51) tiene un tatuaje gigante sobre el brazo derecho con la cara de su hijo César (19). Dice que es «el significado y el significante» de su vida, tanto para ella como para Emerenciano Sena (58), a quien lleva tatuado en el otro brazo. También cuenta que siempre quiere abrazarlo, darle el afecto y la seguridad que ella nunca tuvo de chica. Es una madre que haría cualquier cosa por su hijo.
Este miércoles, ante la Justicia, dio explicaciones sobre qué hizo el viernes 2 de junio, cuando su nuera Cecilia Strzyzowski (28) entró a su casa y nunca más volvió a salir. Las pistas indican un femicidio, en el que falta aclarar qué rol tuvo cada uno de los implicados: Marcela, César y Emerenciano. La familia (el clan) Sena.
Nacida de una familia de clase media de Resistencia, Acuña se enamoró de manera clandestina de Emerenciano, en una relación casi prohibida por lo contrapuesto de sus mundos. Sin embargo, la pareja se forjó en la militancia socialista y los cortes de ruta para construir la organización social con mayor músculo de Chaco.
Este imperio piquetero tuvo como herramientas el reclamo sistemático en la calle, la toma de tierras y la presión (más intimidante, menos intimidante) a los distintos gobiernos provinciales de los últimos veinte años, que permitió una canilla de fondos que se volvieron maquinarias y viviendas para repartir entre los militantes. Un modelo socialista a pequeña escala montado en el Barrio Emerenciano.
En este reparto de tareas, Acuña aportó la ideología. Abogada, con una militancia fanáticamente socialista heredada de su casa, una fuerte formación intelectual y el proyecto de formar el ‘mito Emerenciano’: la historia de un albañil de la periferia que se erige como líder piquetero y levanta una comunidad propia con los poderes provinciales, la clase media, los medios de comunicación en contra. Lo reflejó incluso en un libro autobiográfico de la pareja, que cuenta con prólogo de Jorge Capitanich.
La chica que hacía judo
Marcela Acuña nació en 1972, en pleno gobierno de facto de Agustín Lanusse. Era hija de Inda Cruz Rocha, un ama de casa típica y de Saúl Acuña, un abogado de formación socialista y militante de izquierda que se embanderó en la defensa de los derechos humanos.
Acuña padre, a quien describen como un cuadrazo político, sufrió en carne propia los horrores de la década y fue detenido dos veces, la segunda durante la dictadura. Marcela se acostumbró a que su papá estuviera preso. No estuvo cuando iba al jardín de infantes. Algo de todo eso, cuenta, la marcó.
Fue al colegio religioso María Auxiliadora de Resistencia y comenzó a practicar judo de chica, una actividad que le ayudó a sociabilizar más con otros chicos de su edad. Dice que era buena, incluso ganó varios torneos representando al Club Municipales de Resistencia. César heredó la práctica del deporte: fue Cecilia la que contó de la vez que él le hizo una toma al cuello.
La historia de Saúl fue fundamental en la formación intelectual de Marcela y Patricia, su hermana, cinco años más grande. Luego de su liberación, él siguió militando. Con el tiempo, ellas también. Primero en la izquierda universitaria y luego en la agrupación HIJOS.
A los 17 atravesó un embarazo adolescente, del que nació Paula, su hija mayor. Pero unos años más tarde, a finales de los ’90, entró a su vida Emerenciano, un albañil que venía a reclamar por los vecinos que habían perdido todo con una inundación.
Hubo una química prohibida entre ellos y comenzaron una relación clandestina, jaqueada por las enormes diferencias sociales entre ambos. Ella venía de «una pequeña burguesía que lo puteaba por los cortes de calle y sucesivos enfrentamientos con el poder de turno», según contó para su biografía.
Si bien Emerenciano ya venía teniendo un recorrido, quienes conocieron a la pareja sostienen que fue ella quien lo volvió socialista y le hizo leer algunos de los autores clásicos. «Ella es el cerebro ideológico detrás», especifica una fuente a Clarín.
La pareja prosperó, a la par que Emerenciano se volvía más conocido por su constante presencia en la calle. Saúl Acuña no aprobó a su nuevo yerno ni la relación que tenían. Marcela lo sufrió. Años después, ella haría lo mismo.
A pesar de la inestabilidad y las peleas que tenían, la pareja quedó consolidada a partir de una situación traumática que atravesaron, cuando Marcela cursó un embarazo de riesgo que se complicó seriamente. Cuando estaban por practicarle un aborto para evitar una infección por recomendación de los médicos, la pareja se escapó de la clínica. Querían escuchar otras alternativas.
Marcela tuvo a ese bebé y sufrió una infección durante el parto que casi la mata. El pequeño, al que bautizaron Eneas, murió al día. Por eso, cuando quedó nuevamente embarazada tomó todos los recaudos. César nació en diciembre de 2003. «Cascotito», como lo apodaron, era «el príncipe de la casa».
El camino del crecimiento
En la biografía «Emerenciano, caudillo del norte», que fue escrita por la propia Marcela, ella se encarga en todo momento de resaltar su origen burgués y cómo decidió «cambiarlo por una vida más sacrificada pero digna». El concepto se repite cada un puñado de páginas.
Embarazada de César, la pareja se mudó de un pequeño monoambiente a la casa de la familia de Acuña, ubicada en calle Santa María de Oro 1460, el lugar donde todavía viven y al que entró Cecilia por última vez.
Políticamente la organización no tuvo trascendencia durante la década del 2000. Realizaban marchas y cortes sin juntar más que un puñado de manifestantes. «Eran un grupo menor, sin presupuesto ni nada para financiar», cuenta otra fuente a Clarín.
«Marcela es la que empieza a adoptar la cara del Che como estandarte. Y es ella la que le da identidad al movimiento poniéndole el nombre Emerenciano, cuando se enfrentaban a Roy Nikisch (gobernador entre 2003 y 2007)», agrega. El grupo dejaría de ser marginal con la llegada de Capitanich al gobierno provincial, en 2007 y con la bajada de recursos que arrancaría en 2011.
En el medio ocurrió además la toma de los terrenos del Tiro del Ejército, que luego se volverían el Barrio Emerenciano, en parte, por el aporte del gobierno provincial. «Coqui» pondría al barrio y al piquetero como ejemplo de superación en varias ocasiones. En respuesta, él nunca era blanco de ataques.
«Los Sena estaban cortando todo el día. Eran reclamos sociales, cuando no le cumplían con la construcción de determinadas viviendas, le pegaban a funcionarios de segunda línea, nunca a Coqui. Era un esquema de reclamo permanente, insaciable», explican a Clarín. «Ninguno recibió tantos recursos como ellos».
Marcela, comenta otra fuente, es quien organiza parte del movimiento. Dice para dónde ir, arma lista de enemigos, tiene un ojo en el flujo financiero, en la escuela, en el barrio. También se maneja con una red de espías que ayuda a controlar que la adhesión sea fiel.
El mal vínculo con Cecilia
Los abogados de la familia de la joven desaparecida deslizaron este martes que una de las teorías que manejan la tiene a la propia Marcela como la apuntada por la planificación o incluso la ejecución del crimen. «Sacársela del medio», aventura el querellante Juan Arregin e indicios tiene: el profundo rechazo que tenía Acuña por Cecilia, la relación seca y fundamentalmente el móvil económico como posible detonante.
Es que Marcela le había ofrecido a Cecilia una suma de dinero, una propiedad en el Barrio Emerenciano y más plata para abrir un emprendimiento, el café Gato Negro que manejaban con César. La condición era que firmara el divorcio de su hijo al casamiento que habían hecho por civil el 16 de septiembre de 2022, casi en secreto. Quien lo cuenta es César en su declaración testimonial. El divorcio se aprobó y salió para febrero de este año.
Para Cecilia, su ahora ex marido le «había puesto precio a su amor», según le dijo a un confidente en una serie de conversaciones que reveló Clarín. En esas mismas charlas contaba que «su suegra la odiaba», que se sentía «en el medio», que Acuña creía que ella «era parte de una secta» y que su hijo mentía por culpa de Cecilia. La relación era tensa. Para muestra, la testimonial de Acuña donde se refiere a su nuera como «esta chica».
La familia de Cecilia comenta que la chica no tenía intenciones de obedecer las órdenes de los Sena ni rendirles cuentas. Amaba a César a pesar de su familia. Era por eso que constantemente lo apuntalaba para que cortara el cordón umbilical y se independizara.
Sus padres tenían otros planes para él. Querían que «el príncipe» fuera el heredero del movimiento. Las dos cosas al mismo tiempo no podían pasar.
fuente: Clarin