De hijo de sereno de plaza a escultor llevado en andas por la gente: vida y obra del chaqueño Fabriciano Gómez
El creador de la Bienal Internacional de Escultura del Chaco murió el 8 de septiembre de 2021, a los 77 años. Poco antes, decía: “Me voy como vine, sin nada, liviano, pero con la carga interior de haber sido un afortunado en la vida y de poder decir ‘he cumplido’”
En el Chaco basta con decir su nombre de pila, Fabriciano, para que todo el mundo sepa de quién se trata. El suyo es un raro caso de un escultor que ha gozado en vida de una popularidad comparable a la que tienen actores o cantantes.
“Resistencia tiene magia”, decía él, y sin duda Fabriciano Gómez fue parte de esa magia de la ciudad que lo vio nacer y en la que tanta huella ha dejado.
En 1994, Fabriciano y otros dos colegas, Humberto Gómez Lollo y Walter Sotelo, ganaron la medalla de oro en las Olimpíadas de Arte de Noruega, esculpiendo un bloque de hielo. Más allá de la paradoja de que artistas originarios de una provincia donde puede hacer 30 grados en invierno ganaran una competencia de escultura en hielo, para los resistencianos la noticia fue movilizante. Una multitud esperó a los escultores en el aeropuerto de la capital chaqueña para llevarlos en caravana triunfal hasta el centro de la Ciudad como si se tratase del seleccionado de fútbol.
Como señala el video de la Fundación Urunday, ese hecho representó “la verdadera consagración del artista”, a través del amor de la gente. Pero ese estallido de popularidad se venía gestando desde antes, motivado por el rol social que ya desempeñaba Fabriciano Gómez en Resistencia, a la vez que enraizado en una tradición de la ciudad.
“Un historiador nuestro, Guido Miranda, dice que el inmigrante italiano que pobló la colonia Resistencia miró, durante mucho tiempo, la tierra que cultivaba y no la luna que da alas al poeta; enfocado exclusivamente en el sacrificio del trabajo, en el progreso material de sus días, en lo esencial miraba el surco y no las estrellas”, dijo a Infobae el periodista y escritor chaqueño Marcelo Nieto, autor de una biografía sobre Fabriciano.
Después cambió todo: “El tiempo hizo a Resistencia artística y cultural -describió-. Aquí, el arte siempre tuvo prensa respetuosa, y escultores como Crisanto Domínguez, Juan de Dios Mena o Carlos Schenone, contaron con la admiración de su compoblanos”.
Fabriciano Gómez, por su parte, conoció muy joven el reconocimiento a su obra. “Era apenas un muchacho cuando recibe el Primer Premio del Salón Nacional y no pasa rato que ya obtiene el Gran Premio de Honor; representa a la Argentina en la Bienal de Venecia de 1980 y a continuación, se embala en la experiencia de concursar en competencias de hielo y nieve por el mundo. De donde trae grandes preseas también. En uno de aquellos viajes, volviendo de los confines del mundo con un primer premio, hay un pueblo en el aeropuerto, una caravana nunca vista… “, recuerda Marcelo Nieto.
Cuatro años después de Noruega, en 1998, Fabriciano repitió la hazaña, nuevamente con Walter Sotelo y Humberto Gómez Lollo. El equipo se completaba con una mujer, Mimo Eidman. Esta vez, el escenario fue la ciudad de Sapporo, en Japón, donde tiene lugar una de las competencias internacionales más importantes del mundo. Allí, los 4 chaqueños convirtieron una montaña de nieve en escultura que llamaron “Grito de paz” y con la cual se impusieron en el concurso.
Fabriciano Gómez nació el 27 de junio de 1944 en Resistencia. Estudió en la Academia de Bellas Artes del Chaco de la cual egresó en 1968 con el título de Maestro de Artes Visuales y Profesor de Dibujo.
Vivió varios años en Europa, en Italia, y en Francia. Aunque pudo seguir una carrera brillante en el viejo continente, eligió volver al Chaco en 1982, donde se consagró a aplicar lo aprendido y a hacer de Resistencia una ciudad conocida en el mundo como escenario de valiosas experiencias artísticas. En palabras de Marcelo Nieto, “se diría que renunció al ego del artista, ya que tenía sus ateliers en Carrara y París, tenía propuestas y oportunidades en Europa donde vivió un lustro, sin embargo el amor al terruño lo hizo volver, e incluso dejar a un lado el vestido de artista-individuo para ser productor del gran sueño de la Bienal del Chaco”.
Su etapa fuera del país “fue un tiempo en que recorría el mundo compitiendo en concursos de escultura en hielo y nieve, pero cuando no estaba ocupado en martillar el hielo que esculpía, observaba detenidamente los engranajes que movían esos eventos artísticos mundiales y, de vuelta a casa, decía a los suyos, a los periodistas, a los funcionarios: ‘”Acá, en Resistencia, tenemos que hacer algo parecido’”.
“Comenzaría una semblanza contando que su padre era el sereno de la plaza principal de la ciudad, donde, años después, por impulso y gravitación de Fabriciano, se realizaba el primer concurso de esculturas en madera al aire libre, cuyo derrotero nos trae hoy a la Bienal del Chaco”, dice Nieto.
Aquel primer concurso de esculturas se organizó en 1988. Para ello, Fabriciano reunió voluntades y fatigó despachos oficiales: no fue sencillo convencer a todos de que era posible una experiencia de esa clase. Aquel primer certamen fue un gran éxito: más de 200 mil personas concurrieron para ver a un puñado de escultores trabajar a cielo abierto durante una semana, tallando en madera.
Desde entonces, las bienales fueron creciendo, se volvieron internacionales, la plaza quedó chica, y la Fundación Urunday recibió un predio junto al río que hoy es visitado por más de medio millón de personas en cada edición de la bienal.
“Fabriciano esculpió con habilidad las duras maderas chaqueñas de nombres misteriosos: itín, guayacán, quebracho, urunday. Pero también, con igual ductilidad, el mármol, el metal, el hielo, la nieve”, sigue diciendo Marcelo Nieto. Y aunque considera que “son odiosos los currículos” porque “tienen un viso de jactancia”, cree menester “decir que Fabriciano obtuvo el Gran Premio del Salón Nacional en 1977, representó a la Argentina en la Bienal de Venecia de 1980 y trajo al Chaco las medallas de oro de las olimpíadas de Lillehamer, Noruega, y el Gran Premio de Honor de Saporo, Japón”.
Además, que “fue Konex, ciudadano ejemplar, honoris causa de la Universidad del Nordeste (UNNE), pero decía que el reconocimiento más valioso para él era la imposición de su nombre en una escuela para adultos en los bordes de la ciudad, elegido por votación de los alumnos: Escuela n° 37 Fabriciano Gómez”
Cinco años antes de su muerte, Fabriciano anunció que donaba su casa museo a la comunidad. Al comunicarlo, decía: “Hoy estoy en paz, puedo decir ‘Resistencia, he cumplido’, a mis padres, que me trajeron al mundo, les puedo decir que he cumplido con su objetivo: ser una buena persona, que tenga códigos, que trabaje, que me gane el pan de cada día”.
A su casa, que alberga algunas de las más de 4000 esculturas que hizo a lo largo de su vida, la describía como “un patrimonio”. “Esta casa para mí es muy mágica, porque los veo a mis padres, a mis hermanos, yo fui parido aquí, en esta casa…”, decía.
Donaba, decía, todo el trabajo que justificó su existencia: “En estos 72 años que tengo de vida he justificado mi existencia y cómo no dejarle a la ciudad que me ha dado todo, porque el chaqueño es tan cálido, es tan maravilloso, te permite que las cosas sean fáciles”.
Una de esas cosas “fáciles”, fue la Bienal, un proyecto en el que al principio pocos creían. “40 años atrás nadie hubiera pensado que a Resistencia iban a venir turistas, nadie, nadie, sin embargo nosotros tuvimos fe”, decía Fabriciano.
Ese nosotros eran él y su grupo de la Fundación Urunday, pero también los sucesivos gobiernos que fueron respaldando la iniciativa, porque la Bienal ya es una política que trasciende las distintas administraciones provinciales. Es patrimonio provincial.
“Y pasó el tiempo, pasaron escultores, pasaron miles y miles de personas, sorprendidas… -evocaba Fabriciano en un entrevista- Los chicos hablandole al (escultor) chino o al ruso, y como no se entendían, les hacían dibujitos en un papel y se ponían a expresarse…”
“Resistencia tiene magia -concluía-. Los que estamos trabajando para hacer del arte un bien de todos hemos comprendido y tomado conciencia de que esa luz que es forma no quedó solamente en nuestras manos o en nuestro interior, no, tuvimos la capacidad y la posibilidad de dar a nuestros semejante”.
Tenía un decir poético, que justifica llamar a su obra “poesía volumétrica”, como dice el guion del video que presenta su casa museo.
“Era un artista que vendía su obra espléndidamente y que nunca contradecía al hombre del llano, al origen humilde. Jamás traicionó sus esencias”, afirma Nieto.
Y ante la pregunta sobre su popularidad, dice: “Sí, lo re-quería todo el mundo… Y una vuelta de tuerca más: al gran artista, y humilde hombre, sumale su gestión permanente, su persuasión –al poder y al que estuviera al lado- para hacer de Resistencia una ciudad embellecida por esculturas y con un pueblo sensible al arte. ‘Fabri’ no es sólo la Bienal, sino parques, plazas, un plan de plantación de esculturas que se extiende hacia las rutas y entra hacia los barrios, concursos o encuentros de escultura replicados en el interior, como el de Castelli o el de Quitilipi, o la plantilla de la Bienal del Chaco entregada para ser calcada en otros lugares del país y de Latinoamérica…”.
Esa doble condición, de artista y organizador, eso que hoy se suele llamar “gestor cultural”. “Es una forma ruda de definirlo, pero es justamente eso: trabajar, realizar ideas, generar una industria cultural, hacer redes con los demás haceres y saberes, estimular la vida de esos que miran el surco para sobrevivir y no las estrellas”, dice Nieto.
“Con la escultura hizo docencia, militancia -describe-. Una cosa es golpear puertas para pedir un pedazo de pan, eso no es gestión, es supervivencia, es instinto; golpear puertas para vender un sueño, ahí sí encuentro la gestión cultural. Y las aptitudes de mago”.
Además de su casa museo, la Bienal del Chaco es el gran legado del escultor chaqueño. “La relojería de esta Bienal fue diseñada por Fabriciano y la Fundación Urunday –el grupo de amigos que lo acompañó siempre- . Y sus retruécanos virtuosos son admirables: cada dos años, los escultores llegan al Chaco para competir, elegidos por sus propuestas, sí, y por sus firmas porque esas obras que vienen a esculpir, pasan al espacio público embelleciéndolo, pero además, agregan piezas periódicamente al importante museo al aire libre que es Resistencia, con firmas de la escultura contemporánea”
Y hay una huella cultural dejada por esta gran creación que son las bienales y es la formación de un público apasionado, instruido, comprometido y orgulloso de su patrimonio.
“El resistenciano -dice Nieto-, habituado a visitar la Bienal, labra empatías con los artistas, y advierte lo sofisticado del trabajo, la laboriosidad y sentimiento que imprimen en la obra, la maestría de sus técnicas y el manejo profesional de las herramientas. Eso hace que el ciudadano valore a la escultura no solo por la belleza o el mensaje –los dos grandes dones del arte- sino porque conoció al seguramente exótico escultor, acompañó la génesis de la obra y, con naturalidad, asume una guarda, una delicadeza de cuidado, aunque tomen mates los enamorados en los pedestales, o jueguen los niños con interacción de escultura”.
Finalmente, Marcelo Nieto describe la personalidad de Fabriciano: “Era un maestro de esos con muchas encarnaciones encima. Tenía mucho de indígena en sus silencios, sus miradas, sus consejos, lanzados con una sencillez que los hacía más profundos; era una máquina de soñar pero de realizar materialmente esos sueños y eso era lo impresionante. Fabriciano tenía la humildad del desposeído, la fe de quien venera a su madre, el carácter de quien lleva el pan a la mesa, la generosidad de quien ha cosechado amigos, la obstinación de quien ha jurado, el adorno del humor, la simpleza del honesto…Era el líder sin dejar el vestido del soldado”.
La escultura le había dejado huellas en el cuerpo. Tenía dañados los oídos por no haber usado protección en sus primeros trabajos con herramientas ruidosas. Fabriciano decía que nunca se había hecho un estudio para ver cuánto mármol tenía en los pulmones por haber aspirado mucho polvillo. Contaba que su médico le pedía que abandonara los concursos en el hielo porque eran muy gravosos para la salud.
“Las obras de Fabriciano, formas espaciales, de elegancia sutil de nudos y curvas y ejes invisibles y de algún gracioso oblicuo, masas no figurativas, impolutas, tan minimales… se me ocurre que así era su mente…”, dice.
En una nota que tituló “Fabriciano, pan de la escultura chaqueña”, Nieto lo definió así: “Maestro sabio y aprendiz dócil. Hombre de fe. La humildad es estandarte, el trabajo una mística; insobornable el amor a su tierra”. Esa vez, Nieto le había preguntado por su muerte, y la respuesta fue: “No hay temor a la muerte. Sí tristeza por la muerte innecesaria, como la de un muchacho que muere en la guerra… El hombre no vino a la tierra para morir en una guerra. Una vez quise morir. De dolor, y mirando hacia adentro sentí que se habían cumplido mis objetivos, todos. Si me preguntás qué dejé de hacer, dudo, debiera pensarlo bien. Logré todo y mucho más de lo esperado”.
En aquel anuncio de la donación, decía Fabriciano, a modo de balance: “Me voy, me voy como vine al mundo, me voy sin nada, liviano, pero fui un afortunado en la vida, me voy con esa carga, pero adentro”,
Sobre su muerte inesperada, Nieto dice: “Falló su corazón. Por eso murió. Me gusta pensar que aquella madrugada esos duendes del bosque chaqueño que viven dentro de los árboles, salieron a despedir la canoa de urunday que llevaba su alma quién sabe a dónde…”
Y en cuanto al futuro de la Bienal sin Fabriciano, responde: “Como era muy proyectual, como la Fundación Urunday venía trabajando desde años, el futuro, la heredad, los continuadores, su muerte más que el impacto emocional no dañó en nada este gran proyecto que es la Bienal.”
Así lo confirmó la última edición que concluyó el 23 de julio pasado. Y, en simultáneo, la presentación del próximo encuentro, la Bienal 2024.
Mimo Eidman, integrante de ese “grupo de locos”, como llamaba Fabriciano a sus amigos de la Fundación Urunday, escribió, cuando el escultor todavía estaba vivo, esta semblanza en su página oficial: “Fabriciano Gómez es uno de esos seres en los que Dios reunió una serie de virtudes con una combinación privilegiada y que dio como resultante un personaje marcadamente distinto a los demás: supercreativo, solidario, generoso, trabajador incansable, perseverante, con objetivos bien claros desde muy joven y con un sentido alerta para detectar las oportunidades que se le presentan en la vida y no dejarlas pasar. Es paternalista, sobreprotector, tiene un alto grado de optimismo y pasión en todo lo que emprende, tanto que no se permite la posibilidad de lluvias aunque estén pronosticadas con un alerta meteorológico. Esto habla de su fe y de su inconsciencia, cualidades que lo han llevado a lograr tempranamente casi todos sus objetivos”.
fuente: InfoBAE