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Los problemas de la economía china empiezan desde las altas esferas

Los consumidores y las empresas están perdiendo la confianza en el régimen de Xi Jinping.

Este es un momento peligroso para China. Las cifras hablan de una economía estancada, pero hay una preocupación aún mayor. Los consumidores y las empresas chinas están perdiendo la confianza en que su gobierno sea capaz de reconocer y solucionar los profundos problemas de la economía. Si el gobierno del presidente Xi Jinping no aborda esta cuestión fundamental, cualquier otra medida tendrá escaso impacto a la hora de detener la espiral descendente.

El gobierno chino da prioridad a las empresas estatales, que están muy alineadas con el Partido Comunista de China y bajo control directo del gobierno, por encima del sector privado. Las empresas tecnológicas, incluidas las de alta tecnología financiera como Ant Group, que se consideraban demasiado grandes y poderosas, se han visto obligadas a dividirse en unidades más pequeñas y ahora están sujetas a un mayor control estatal. La represión (que se intensificó después de que Xi se afianzó en el poder a fines del año pasado, cuando el poder legislativo enmendó la Constitución, a fin de permitirle extender su mandato) también afecta a empresas privadas de educación y otros sectores. Además, la aparente hostilidad del gobierno hacia las empresas extranjeras en medio de las crecientes tensiones geopolíticas y económicas con Estados Unidos y otros países occidentales —que podrían afectar la capacidad de China para mantener el acceso a los mercados mundiales y a la tecnología— agrava la pérdida de confianza.

La falta de voluntad del gobierno para modificar su cada vez más insostenible política de “cero covid”, seguida de la brusca revocación de esa política en diciembre pasado, debilitan aún más la confianza en el proceso de formulación de políticas públicas. Este problema de confianza se manifiesta en el poco interés de la inversión privada y la disminución del consumo de los hogares durante el pasado año. Como reflejo de su preocupación ante las perspectivas económicas, los hogares ahorran más y gastan menos en artículos de gran valor, como automóviles. La moneda china, el renminbi, se deprecia a medida que el capital sale del país y los extranjeros están menos dispuestos a invertir en China.

La preocupante disonancia cognitiva entre el gobierno y los empresarios se hizo aparente durante un viaje reciente que hice a China. Me sorprendió cómo los funcionarios en Beijing parecían relativamente optimistas en cuanto a la economía y afirmaban que, en los últimos meses, se había hecho suficiente para tranquilizar a los empresarios, a quienes se les dijo que sus contribuciones a la economía eran consideradas importantes. Los empresarios, por su parte, pensaban que las acciones del gobierno eran más elocuentes que sus palabras y que las medidas adoptadas para reducir el tamaño de las empresas exitosas eran claros indicios de su hostilidad hacia el sector privado.

La realidad, que Beijing parece reconocer solo a regañadientes, es que el sector privado es fundamental para que la economía siga en marcha. La población activa está disminuyendo, lo que hace de la productividad el motor fundamental del crecimiento. Las empresas privadas, que convirtieron al país en el líder global en pagos digitales, por ejemplo, han tendido a ser mucho más innovadoras y productivas que las tambaleantes empresas estatales. El deseo del gobierno de fomentar la innovación nacional y orientar la economía hacia tecnologías más avanzadas y ecológicas no puede depender únicamente de las grandes empresas estatales.

Las empresas pequeñas y medianas, sobre todo en el sector de los servicios que demanda más mano de obra, también son importantes para el empleo. A pesar del rápido crecimiento del producto interno bruto en las últimas décadas, la economía china no ha podido generar muchos empleos nuevos, porque buena parte de la expansión proviene de la inversión en el sector manufacturero, y el gobierno ha intentado recortar los puestos de trabajo de las abultadas empresas estatales. En un momento de ralentización del crecimiento, esto resulta muy preocupante, como demuestra la creciente tasa de desempleo juvenil, que pone en riesgo la estabilidad social.

La naturaleza cada vez más centralizada y a menudo obstinada de las políticas públicas de Xi también causa estragos en la confianza. Un ejemplo de ello es el sector inmobiliario, del que Beijing ha dependido durante mucho tiempo como fuente clave del crecimiento, y que se había caracterizado por la actividad especulativa, en parte debido a las políticas gubernamentales que aumentaron la disponibilidad de créditos hipotecarios. El gobierno chino dejó escapar algo de aire de esta burbuja, entre otras cosas, limitando el financiamiento para la compra de múltiples viviendas y endureciendo las restricciones de elegibilidad.

Algunos desarrolladores inmobiliarios me dijeron que entendían el trasfondo de las acciones del gobierno, pero no la manera tan abrupta en que se presentaron algunos cambios en las políticas, lo que les dejó muy poco tiempo para hacer ajustes. Al parecer, esto ha provocado una brusca caída de los precios de la vivienda y de la actividad del sector de la construcción, que ahora el gobierno ha intentado compensar con la anulación de algunas de las restricciones. Estos cambios bruscos en las políticas públicas no inspiran confianza. Una opinión es que los funcionarios de Beijing “viven en las nubes”, sin acabar de entender cómo sus actitudes y políticas afectan a las empresas.

Las empresas privadas ven signos preocupantes de retórica que podrían tener consecuencias en la práctica. La iniciativa “prosperidad común” del presidente Xi, que se implementó en 2021 y se describe de manera oficial como un intento por calmar la inquietud pública ante el aumento de la desigualdad de ingresos y riqueza, ha sido interpretada por los empresarios de éxito como una medida directa en su contra. La iniciativa, que ha impulsado medidas reguladoras y de lucha contra la corrupción, ha servido para aplacar al sector privado, así como a los bancos e incluso a los funcionarios gubernamentales que se desvían de la línea del partido.

La respuesta del gobierno a la preocupación constante por el aumento del desempleo juvenil fue suprimir la publicación de esos datos. Con ello, parece creer que la difusión de malas noticias está detrás de la pérdida de confianza. Del mismo modo, aun cuando resulta evidente que la disminución de los precios de los bienes y servicios se debe a la debilidad de la demanda y al exceso de capacidad en algunas industrias, el gobierno ha evitado hablar de deflación. Los inversionistas y analistas fuera de China declararon que hace poco se les negó el acceso a algunos de los servicios que proporciona Wind Information, una base de datos privada con datos corporativos y de finanzas que se había utilizado para alertar sobre la inquietud que suscitaban los mercados financieros chinos.

Aunque de manera pública no se ha reconocido la gravedad de la situación, hay señales de que el gobierno chino sabe que la confluencia de dificultades internas y externas genera una espiral deflacionaria que cada vez será más difícil revertir.

Hace poco, el banco central disminuyó las tasas de interés, pero un crédito más barato y abundante no conseguirá que los hogares o las empresas privadas gasten más si les preocupa el futuro. La medida también podría agravar la depreciación de la moneda y la fuga de capitales. Las reducciones del impuesto sobre la renta y el refuerzo del gasto en salud y educación podrían contribuir marginalmente a estimular el consumo de los hogares. Sin embargo, estas medidas podrían ser insuficientes.

El verdadero desafío es que el gobierno reconozca de manera explícita que sin una fuerte relación con su sector privado, sus esperanzas de transformar la economía en una de alta tecnología capaz de generar más crecimiento de la productividad y el empleo son poco realistas. Es necesario que el reconocimiento de este hecho venga acompañado de medidas concretas de apoyo para el sector privado, incluida la liberalización del sector financiero que ayudará a dirigir más recursos al sector privado en lugar del público. Al gobierno le convendría más ser transparente en cuanto a su información y su proceso de generación de políticas públicas.

Tal vez el presidente Xi sea partidario de un sistema de mando y control, pero se está dando cuenta de que la confianza del sector privado es lo más difícil de controlar. Y, sin embargo, es vital para hacer realidad su visión de la economía china.

fuente: InfoBAE

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