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Un soldado del Ejército murió de dos tiros de FAL en la cabeza

El caso ocurrió el 1° de junio en el Regimiento de Zapala, Neuquén. Pablo Córdoba (21) estaba de guardia y a la familia le dijeron que "se pegó un tiro".

Pablo Jesús Córdoba tenía 21 años y soñaba con realizar toda la carrera militar para llegar al estatus más alto dentro de los oficiales, vocación que le inculcó Juan José, su padre suboficial. Pablo era patriota, llevaba la argentinidad al palo y era de esos que cantaba el Himno Nacional con las tripas.

Misteriosamente, Pablo murió el 1° de junio, minutos después de las 6 de la mañana, estando de guardia en el Grupo de Artillería 16, en el Regimiento de Zapala, Neuquén, el mismo donde en 1994 fue asesinado el soldado Omar Carrasco y su muerte ponía fin al servicio militar obligatorio.

Tenía dos impactos de bala en la cabeza y a los padres les comunicaron que el joven se habría disparado. «Nuestro hijo era un muchacho motivador, optimista, siempre pendiente del otro para levantarle el ánimo, colaborar, muy apegado a nosotros. No presentaba ningún signo de inestabilidad emocional o depresión».

Desde Zapala, Natalia Uribe y Juan José Córdoba, sus padres, dialogan con Clarín. «Estamos convencidos de que Pablo no se quitó la vida como dijeron, pero necesitamos saber la verdad, pasan los días, las semanas y no podemos seguir con esta duda que nos carcome el alma», señala Córdoba, visiblemente angustiado.

Shockeados por la tragedia, Natalia y Juan José aceptaron al principio aquellas primeras versiones que hablaban del supuesto suicidio de su hijo «más que nada porque intentábamos digerir lo que estábamos viviendo». Hasta que llegó el informe médico primero y la autopsia después, que revelaban que los dos disparos habían sido debajo del mentón y arriba de la oreja derecha.

​Córdoba tenía un orificio de entrada debajo del mentón y esa bala salió por arriba del entrecejo. Mientras que el otro proyectil ingresó por arriba de la oreja derecha y salió por el otro lado de la cabeza, según dijo su papá a Clarín.

«Es imposible que se haya disparado Pablo con un FAL (N. de R. «Fusil Automático Liviano») dos veces… Estaban muy distantes los impactos. En un principio creímos que los dos disparos podrían estar uno cerca del otro, pero cuando leímos en informe médico del Hospital de Zapala y dos semanas después los detalles de la autopsia, nos pareció rarísimo esto… No nos cierra para nada las versiones que salieron desde el Regimiento», remarca el padre, suboficial y conocedor del mundo de las armas.

Pablo vivía con su madre pero era muy cercano a ambos padres y a Daiana, su hermana mayor. «Yo hablé con él el 31 de mayo, la noche anterior a su muerte, y lo escuché bien, contento, que estaba por cenar en el rancho de tropa y le dije que lo esperaría para almorzar al mediodía del día siguiente. Le gustaba su trabajo, tenía vocación militar, amaba lucir su uniforme, pero además era un entendido en mecánica para autos, la actividad que desempeñaba todos los días en el regimiento», explica Uribe, su mamá.

La mañana fatídica

En la madrugada del 1° de junio, Pablo se encontraba de guardia, apostado en la barrera que da a la entrada del regimiento de Zapala. Se encontraba en ese punto desde las 4.30 y su horario se extendería hasta las 6.30. «Son seis soldados para cubrir dos puestos, o sea que las guardias son rotativas, y mi hijo le faltaba un ratito para descansar cuando pasó lo que pasó», puntualiza Córdoba.

Entre las 6.05 y 6.10, Córdoba recibió un llamado a su teléfono celular. «Yo estaba en un taxi, yendo al trabajo… Como también soy militar, tengo horarios parecidos a los de mi hijo. Cuando atendí, era un suboficial que conozco y me dijo: ‘Tu hijo se pegó un tiro. Pero tranquilo, no te preocupes… Está vivo’. Yo corté, llamé a Natalia, la mamá, y le dije con desesperación que fuera al Hospital de Zapala, adonde estaba yendo yo».

En el hospital se encontraron Juan José y Natalia, a quienes recibió el doctor D’Angelo, que atendió a Pablo cuando llegó herido desde el regimiento. «Nos contó que fue un accidente, que tenía dos disparos y que se lo llevaban a una clínica para hacerle una tomografía. Yo alcancé a verlo a mi hijo, tenía la cabeza vendada, pero el rostro descubierto. Estaba inconsciente», desliza Uribe, la mamá.

Una hora después, regresaron a Pablo y otra vez el mismo doctor D’Angelo fue tajante y sin anestesia. «No hay chances de que sobreviva. Morirá en minutos, en horas», recuerda Natalia «las palabras de terror». Los padres se dirigieron al shock room donde se encontraba Pablo. «Le agarramos la mano, estuvimos a su lado hasta que a las 8.55 nos avisaron que lo desconectarían. «No hay nada que hacer, ya no está acá», les hicieron saber.

Ni Juan José ni Natalia entienden cómo no se esclarece el hecho «en un regimiento donde en ese momento había unas veinte o tres personas. ¡Cómo puede ser que haya pasado tanto tiempo y no tengamos las cosas claras», contiene el dolor la madre. «Desde el Ejército noto cierta indiferencia y desinterés. El jefe de la Unidad donde estaba Pablo, el teniente coronel Green dice que está dispuesto para cuando lo llame la Justicia pero hay poca voluntad», masculla Córdoba.

La causa se está en investigación por la Fiscalía de Zapala, a cargo de Karina Stagnaro y el juez Greca la caratuló como «muerte dudosa». Así como los padres están convencidos que su hijo no se quitó la vida, también creen que «fue testigo de algo que no tenía que ver. Algo grave, muy grave. Y como saben que era hijo mío y que Pablo era alguien que no se iba a callar… lo pudieron haber matado», esgrime Juan José.

fuente: Clarin

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