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La China de Xi Jinping: un soberano vitalicio para el regreso del imperio

Este fin de semana el XX Congreso del PC convertirá al líder de China en un virtual monarca sin sucesor de la potente autocracia capitalista. Los enigmas que dispara ese movimiento.

La ausencia de sorpresa no debería reducir el interés. El histórico XX Congreso del Partido Comunista de China que se inicia este domingo consagrará al presidente Xi Jinping como un virtual soberano con pretensiones vitalicias.

Es un portazo radical al legado del piloto de la transformación capitalista del gigante asiático, Deng Xiao Ping, quien había dispuesto solo dos periodos para evitar el regreso del personalismo maoista.

Xi ignoró esa cláusula y hasta viste como Mao, un signo de ambición o pragmatismo, que hasta olvida la persecución brutal a la cual aquel líder comunista sometió a su familia.

Xi considdera que un verticalismo estricto permite contener las tensiones políticas que acarrea la apertura económica y otorga una capacidad de maniobra única sin obstáculos intermedios, sindicales, judiciales o institucionales. Un criterio que se agudiza en un escenario de dificultades como las actuales. Aprendió de otros contratiempos.

El jefe de Estado chino, a cargo desde hace diez años, es el segundo hijo de un aliado central de Deng, Xi Zhongxun. Este otro Xi alcanzó puestos de relevancia en el Partido y el poder, pero también quedó atrapado en las purgas implacables de la etapa maoista pagando sus visiones aperturistas con confinamientos en campos de trabajo forzados .

Rehabilitado después de la Revolución Cultural, Deng le encargó a ese hombre peculiar la construcción del primer experimento de libre mercado en China. Una probeta capitalista dentro del sistema que se puso en marcha con una Zona Económica Especial en Shenzhen.

Con el tiempo ese brote original absorbería a toda la estructura nacional, sorprendiendo por la profundidad y velocidad de esa mutación al propio timonel del cambio. Pero son esos antecedentes los que pueblan de contradicciones al actual presidente.

Sidney Rittenberg, el mítico periodista norteamericano que fue traductor de Mao y vivió 40 años en esa China, recibió con alegría a Xi Jinping cuando lo vió llegar al poder recordando que “conocí mucho a su padre, un buen hombre, el más democrático de la antigua cúpula del partido”.

Lo cierto es que en esta década en el poder, el presidente se alejó de esa moderación, revitalizó la capacidad coercitiva y de control interno del PC y hasta rescató a Confucio, repudiado por el maoísmo, por el respeto a la autoridad que emanaba la letra de aquel filósofo milenario.

Ese rigor custodia un modelo que profundizó su adecuación para generar una inmensa y activa clase media, hoy la mayor en tamaño del mundo, detrás del objetivo de que el consumo interno explique la mayor parte del PBI chino, como sucede en la economía norteamericana.

Nacionalismo

Una dimensión de esa transformación capitalista es el nacionalismo exacerbado dispuesto como un dispositivo que mantenga la unidad del país, contenga ambiciones políticas y exprese a la nueva China camino a ocupar el sitial hegemónico en el planeta, una meta que los chinos no discuten y consideran inevitable.

En ese encuadre se instala una diplomacia agresiva, distante de otra recomendación de Deng sobre la necesidad de “una prudente y cauta política exterior”, que Xi entiende que reflejaba otra época.

Por todo esto se le factura al líder chino, no solo en Occidente también en su país y en su partido, que no ha sido el reformista que se esperaba, sino un restaurador que expone los derechos de China a ser el imperio que fue a lo largo de los siglos desde que el rey Ying Zheng, el primer emperador, unificó a todo ese espacio en el año 221 a.C.

Esos objetivos están ahora filtrados por una realidad compleja debido al parate de la economía mundial. Una alianza con EE.UU., el imperio con el cual China mantiene una interrelación económica sin precedentes, aliviaría las calamidades que padece el sistema global por los costos de la pandemia antes o la guerra en Ucrania ahora.

Pero no existe esa alternativa. El abrazo en todo caso de las dos potencias capitalistas, democrática una y autoritaria la otra, es en un pantano donde ambas estructuras pierden pie.

Con su propia cuota de nacionalismo proteccionista, Joe Biden ha mantenido la actitud amenazante y los aranceles contra el Imperio del Centro que impulsó su predecesor Donald Trump. También ha acentuado las prevenciones sobre el destino de Taiwán, en la suposición que frente al desafío del XX Congreso, China pudiera intentar invadir a la isla como un dato de la solvencia del líder.

Las circunstancias determinan esos comportamientos y los temores. La República Popular crecerá solo 3,2% este año, quizá logre un 4,4% en 2023, anuncia el FMI, lejos de los números mágicos del reciente pasado.

El desempleo aumenta y llega al 19,9% entre los jóvenes y la población envejece por la resistencia a tener hijos debido a las dudas sobre el futuro. La crisis del coronavirus sigue golpeando el sistema y puso en pausa la Ruta de la Seda, la espectacular estructura de inversiones para encadenar la influencia de Beijing desde Asia hasta Europa y América latina.

El liderazgo chino “tendrá que enfrentar un conjunto de decisiones económicas más difícil que las que ha enfrentado en décadas«, observa el académico Michel Pettis en Foreign Affairs atento a este XX Congreso.

«Puede abandonar un modelo que ha generado una gran cantidad de riqueza, aunque a costa de una creciente desigualdad, aumento de la deuda y una cantidad cada vez mayor de inversión desperdiciada. O puede continuar así durante unos años más hasta que estos costos crecientes lo obliguen a una transición aún más dolorosa”, advierte.

Esa realidad promueve debates entre influyentes burócratas del régimen, algunos de los cuales suponen que China debería abrirse más a Occidente, tentar inversiones y alejarse, entre otras esferas, de la locura bélica rusa. No es esa la visión de Xi.

Esos intercambios acarrean consecuencias. Un problema del personalismo es que traduce la refutación en términos de amenaza y no de agregado de riqueza al sistema de decisión, como enseñó el diplomático norteamericano basado en Moscú en épocas de Stalin, George Kennan.

Internas y purgas salvajes

En el vértice del poder de China hay amplio acuerdo con respecto a mantener la apertura y el desarrollo del consumo. Pero han sido fuertes las fricciones sobre la profundidad que debe adoptar el cambio. Esos desacuerdos han tenido su reflejo en oleadas de purgas desde que Xi asumió el control a comienzos de 2013.

En ese exterminio político cayeron figuras centrales como Zhou Benshum, jefe del partido en la muy populosa provincia de Hebei y el general retirado Guo Boxiong, quien fue arrestado y expulsado del PC. Guo, tenía conexiones con los predecesores de Xi, Jiang Zemin y Hu Jintao, dos líderes tan diferentes como inevitables de la expansión y del pragmatismo chino.

Boxiong era la figura militar de mayor rango de aquel ciclo de purgas. Pero a nivel político, la detención poco antes de Zhou Yongkang, ex secretario general nacional del partido y miembro del Buró Político del partido, agregó a la nómina la personalidad de mayor importancia de la estructura comunista desde los tiempos de los enfrentamientos tras la muerte de Mao en 1976.

Todos los encarcelados o degradados, cientos de miles, lo fueron por supuestos cargos de corrupción, pero la motivación principal ha sido política . Cuando Xi llegó al poder se produjo la tormentosa expulsión también a la cárcel de Bo Xilai, su principal competidor por el poder, un hombre del círculo íntimo de Yongkang y crítico del rito que había adquirido la apertura.

Se objetaba el proceso de liberalización y privatización de las poderosas empresas estatales y del sistema bancario y financiero previsto en el denominado China 2030 Report de 2012, en el cual tuvo amplia participación el Banco Mundial y particularmente el premier Li Keqiang.

Ahí se sugería debilitar el puño del Estado en las empresas como, asimismo, dejar que el mercado sea el que fije las tasas de interés. Quienes reprochaban esas medidas, contraponían el llamado modelo Chongquin de Bo Xilai dirigido a convertir esas firmas en valores nacionales intocables. Para Xi y Li Keqiang eso era  inaceptable.

Aunque ahí también ha habido cambios. Li Keqiang, un economista que viene de la juventud del PC y acompañó a Xi durante sus dos mandatos, será relevado en este XX Congreso. 

La relación se fue deteriorando porque el premier considera un error la alianza de Xi con Vladimir Putin y también las políticas de Covid cero, con cierre de ciudades, que han agregado mayores problemas a la economía. Además, el presidente pretende tener control total de la economía, un feudo que manejaba el premier.

En ese esfuerzo de concentración del poder, Xi Jinping despejó el camino a su instauración vitalicia con otra enorme purga que viene sacudiendo al país desde setiembre pasado.

Caracterizada por medios como The Guardian como “una de las mayores en años” esta limpieza arrasó ya con figuras relevantes. Uno, significativo, el ex ministro de justicia Fu Zenghua quien en 2015 le brindó un enorme servicio al actual presidente justamente en la investigación que derribó a Yongkang y a su aliado Bo Xilai. Prueba de que en esa jungla no caben inmunidades o privilegios.

La intensidad de estas disputas indica tanto la profundidad de los desafíos como el rigor con que Xi Jinping pretende ejercer su mando y defender su proyecto restaurador, convencido –y se verá hasta qué punto acompañado–, de que le tocará al Imperio del Centro menos tarde que temprano fijar las reglas en un mundo convulsionado.

fuente: Clarin

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