Economía

Tal vez ya nada será igual

La devastación de la Argentina en materia económica y social es abrumadora. La pobreza que no para de crecer, la miseria que se disemina por cada rincón de la Argentina, los empleos de calidad que no llegan y un país que está cada vez más alejado del mundo son solo algunos de los síntomas que dan cuenta de nuestra triste realidad.

El propio oficialismo no toma nota de la situación. La vocera presidencial y hasta el propio Presidente de la Nación relatan una realidad paralela: hablan de una economía pujante, un nivel de empleo inmejorable y un país que no para de crecer y dar oportunidades.

El delirio parece difícil de cuantificar. 40,7% de pobreza, miles de personas que aún no logran reincorporarse al mercado laboral (al menos a los empleos calificados), un nivel inflacionario que a muchos les hicieron rememorar los años 80 y una economía que parece transitar sus últimos suspiros ante la falta de divisas y la inexistencia de inversiones, parecen no ser razones suficientes para lograr que el gobierno tome cartas en el asunto.

El populismo se encuentra -una vez más- absolutamente de espaldas a las verdaderas necesidades de la gente a pesar de la multiplicidad de reclamos provenientes de una sociedad que ha evolucionado a pasos impensados ante tanta desolación. Ya no solo son parte del vocabulario de los especialistas en temas económicos expresiones tales como gasto público, emisión monetaria o déficit fiscal, sino que se han incorporado al vocabulario de todos. El conjunto de la sociedad (o al menos buena parte de este) comenzó a entender lo nocivo de un Estado elefantiásico que solo se utiliza para hacer política militante, lo peligroso de un déficit fiscal sin control y lo destructivo monetariamente que resulta la máquina de hacer billetes funcionando en la mano de irrecuperables adictos al gasto público.

La pobreza que no para de crecer, la miseria que se disemina por cada rincón de la Argentina, los empleos de calidad que no llegan y un país que está cada vez más alejado del mundo son solo algunos de los síntomas que dan cuenta de nuestra triste realidad

A diferencia de épocas pasadas -donde la crisis también invadía nuestras vidas- hoy la sociedad entiende gran parte de las razones de nuestra decadencia. Parecen estar acabándose los tiempos de promesas vacías.

El gobierno de Alberto Fernández está agotado, virtualmente terminado. A poco más de 19 meses de que finalice su mandato el Presidente ya no tiene mucho más por hacer. El descrédito que sufre la gestión del oficialismo y los resultados que nunca llegaron tienen dos efectos devastadores. Por un lado la sociedad empieza a pedir cambios y medidas concretas que entiendan de realidades y de sentido común. Por el otro, ningún plan que esté a la altura de la situación que atravesamos en materia económica es viable mientras nadie crea en aquellos que tienen la tarea de llevarlo adelante.

El 2023 no será cualquier año electoral. Será uno en donde los argentinos no esperarán a que asuma el nuevo Presidente de la Nación el 10 de Diciembre para pedir planes y explicaciones, sino que esta vez lo empezaran a demandar desde ahora. Se terminaron las promesas cargadas de palabras vacías. Tal vez este camino que se recorra hasta el recambio presidencial sea por primera vez uno en el que los espacios políticos se encuentren en la obligación de tener que anticiparnos que es lo que van a hacer y cómo pretenden llevarlo a cabo.

Lo han destruido todo y hoy deberán empezar a explicar cómo piensan reconstruir un país al que ya no se lo puede engañar más.

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