Tel Aviv y Jerusalén a 70 días del comienzo del horror
Tel Aviv vive desde el 7 de octubre un trauma por repetición. La algarabía y la fuerza joven de sus calles parece aplacada desde la matanza perpetrada aquel día por Hamas, cuyos ecos se perciben a diario, una y otra vez. Poca gente en las veredas, una quietud pueblerina. La ciudad luce como si hubiera recuperado algo de su normalidad, pero ese retorno no marca una vuelta a la frescura y a la bohemia que la caracteriza, sino más bien a un silencio o a una conciencia de que la guerra pisa fuerte, no tan lejos de aquí.
Para sus habitantes esa masacre en la que murieron primos, amigos, hermanos, nietos, abuelos e hijos sigue sucediendo hora tras hora. Está latente porque todavía 142 rehenes continúan ocultos por la fuerza en algún lugar de las tuberías clandestinas de Gaza. Y no dejará de afectarlos mientras sepan que todo ese horror y esa penuria que se llevó 1200 vidas y dejó 3500 heridos puede volver a suceder. Hay un consenso sobre esto: seguir la guerra hasta aniquilar a Hamas y luego convocar a elecciones.
En números: el último Índice de la Paz, que elabora la Universidad de Tel Aviv, preguntó a fines de octubre, después de tres semanas de bombardeos sobre Gaza “Cómo definirías el uso que ha hecho hasta ahora el ejército israelí de su potencia de fuego”. Un 57,5% de los encuestados respondió “demasiado poco”, un 36,6% apropiado y sólo un 1,8% dijo excesivo.
No existen protestas contra la incursión beligerante. Nadie se opone.
Las paredes, los árboles, las vidrieras, las plazas, donde quiera que uno mire están los rostros de las personas raptadas.
Un cartel propone: “El secuestrado podrías ser vos”.
Un mercadillo cuyas pantallas led no exhiben ofertas sino las caras de los que se han llevado del otro lado del muro, allí donde ahora caen bombas sin pausa.
Artistas urbanos intervinieron los bancos de las aceras con osos de peluches tamaño humano que llevan los ojos vendados o sangre sobre la piel, muñecos que han sido ultrajados o vejados como tantos han sufrido los tormentos del islamismo radicalizado hace dos meses. Cada peluche invita a repensar que la vida no ha vuelto a ser posible desde entonces y que no lo será al menos hasta el final de la guerra.
Se habla poco de los casi 18 mil muertos provocados por la respuesta de fuego dentro de la Franja de Gaza, donde ya no queda lugar seguro. Los funcionarios de Gobierno explican que no es el momento de investigar si existían datos e informes que fueron desoídos por Israel sobre un ataque terrorista. Ya habrá tiempo, dicen, de revisar las fallas de seguridad y de buscar responsables, si es que los hubiera. Pero eso ocurrirá el día después.
¿Cuándo terminará la guerra en Gaza?
Ahora, pareciera haber una claridad retórica más allá de la ONU y sus pedidos de cese el fuego finalmente vetados. La guerra parará cuando sucedan tres cosas: 1) que los secuestrados sean devueltos en su totalidad, 2) que Hamas sea aniquilado, 3) que cambie la realidad en Gaza.
La explicación se la ofrece al enviado de Clarín el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Lior Hayat, desde su despacho en Jerusalén. Hayat es contundente: “La ONU nos pidió un cese el fuego. Cese el fuego era el 6 de octubre. Dejar a Hamas operativo es que el 7 de octubre vuelva a suceder. No vamos a esperar y permitir otra masacre. Los funcionarios de Naciones Unidas que piden esto deberían renunciar. Es una vergüenza”, dice.
“Israel está pagando un precio muy alto por esta guerra. Nuestros hijos están peleando, nuestros hermanos. Todos somos reservistas. Estamos luchando por la libertad y sabemos lo que tenemos que hacer”, agrega el funcionario. “Hamas comete un doble crimen de lesa humanidad: cuando atacó y asesinó a nuestro pueblo y cuando usó a su población civil como escudo para defenderse de nuestra respuesta. La ONU debería poner su reclamo allí”, cierra.
Es domingo por la mañana, primer día hábil y la tierra santa, que suele ser caótica y desbordada, se mueve lenta, como si fuera la pandemia. Prácticamente, no hay turismo a la vista. Sólo color local, siempre atrapante para la vista del foráneo latinoamericano.
El barrio judío parece animado. Faltan horas para las celebraciones de Januca frente al Muro de los Lamentos. Se prenderán cuatro velas, con la presencia del nuevo embajador de los Estados Unidos en Israel. El estado de vigilancia es total. No se ve. Pero se percibe.
Jóvenes armados, una normalidad aquí, hacen compras y caminan junto a sus familias por los viejos mercados. La ciudad monocromática, teñida por el color de la roca extraída de las canteras de judea, tiene una densidad especial. Es mística y de contrastes.
El barrio musulmán, antes de la guerra atiborrado de viajeros, ahora luce vacío y primitivo. Misterioso a primera vista. Solitario y animado por el eco de los niños que corren y juegan sin pausa.
El Santo Sepulcro vive, no un tiempo triste, sino de ausencias masivas. Nadie lo visita, pero sigue abierto, custodiado por franciscanos o griegos ortodoxos y apenas visitado por unos pocos que llegan hasta aquí para gozar de los privilegios de un silencio inédito, propicio para la oración. Un vendedor cristiano ofrece rosarios.
Frente al muro de los lamentos, ortodoxos hacen sus rezos, moviendo sus cuerpos en reverencia, como pretendiendo chocar contra la pared. Es una tarde de fiesta. El espacio luce como una geografía sin disputas ni violencias. La guerra pareciera no estar aquí y, en efecto, la intensidad se sitúa en el Sur, a una hora por autopista. La geografía se tensa más allá de las ciudades.
Las noticias, en cambio, sí aparecen en Internet. En primeras planas de los diarios digitales o a cuentagotas por el canal 12 de televisión. Pero muy poco llega a estar presente el drama humanitario extendido que germina en el interior de la Franja. Ni que desde la organización Médicos Sin Fronteras anuncian que se preparan para un “colapso humanitario total y generalizado” en Gaza.
De vuelta en Tel Aviv, la noche vuelve a ser de los jóvenes, diversa y multicultural. A pesar de todo, a casi 70 días del comienzo del horror.
fuente: Clarin