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China parece cada vez más frágil y el régimen admite que enfrenta un problemático “viento en contra”

La economía china ya no causa sensación como antes entre analistas, políticos e inversores extranjeros, a la espera de cambios estructurales.

El último viaje a Davos del presidente chino, Xi Jinping, fue hace seis años, cuando asistió al foro anual de la élite económica mundial para dar un discurso que sorprendió por dos razones a los dignatarios y líderes empresarios presentes.

Primero, por la sustancia de su discurso: según Xi, bajo su gobierno China se convirtió en custodia del orden internacional, en ejemplo de globalización y libertad de mercado, y en gran opositora del autodestructivo proteccionismo nacionalista. En segundo lugar, por el subtexto de su alocución: habían pasado apenas días de la asunción del presidente Donald Trump, y a Xi eso le permitía mostrarse en Davos como el único adulto razonable, frente a una audiencia que se había ajustado los cinturones para la disrupción política global que implicaba el triunfo del “Estados Unidos primero”.

Y lo ocurrido esta semana es un recordatorio de lo que ha cambiado y no ha cambiado desde entonces. La enfática victoria de Trump en el caucus del estado de Iowa expone hasta qué punto su sombra se cernirá sobre Estados Unidos y el mundo en los meses por venir. En Davos, una importante delegación de China irritó a su contraparte norteamericana. El primer ministro chino, Li Qiang, utilizó su discurso del martes ante el plenario del foro para elogiar el compromiso de Pekín con el respeto y la prosperidad internacionales, enfatizando la necesidad de mantener “estables y aceitadas” las cadenas globales de suministros.

Pero hoy la posición de China en el escenario mundial es marcadamente diferente. La brutal represión de Xi para suprimir las libertades políticas en Hong Kong hizo que en estos años la comunidad internacional pusiera el foco en el creciente autoritarismo del régimen de Pekín. Y en parte gracias a Donald Trump, también se ha vuelto más extendida la desconfianza de los políticos occidentales hacia la globalización en su conjunto, y muchos de ellos se quejan específicamente del modo en que Pekín ha logrado manipular las reglas del proyecto globalizador para sacar ventaja.

La propia China es más frágil de lo que parecía en 2017. En su discurso de Año Nuevo, Xi reconoció los “vientos en contra” que enfrenta la economía china, que está en medio de una recesión estructural caracterizada por una mengua de las exportaciones, un retraimiento de la demanda, aumento del desempleo, y un nerviosismo de los inversores que nunca terminó de aquietarse después de la pandemia.

“Algunas empresas la pasaron mal. A algunas personas les cuesta encontrar trabajo y satisfacer sus necesidades básicas”, dijo Xi, para luego prometer “consolidar y fortalecer el impulso” para revitalizar la economía de su país.

Decirlo es más fácil que hacerlo. Li Qiang le dijo esta semana al público de Davos que el PBI de China creció un 5,2%, superando el 5% que se había puesto Pekín como objetivo el año anterior, aunque muy por debajo del ritmo de crecimiento de China antes de la pandemia. Se cree que para el año que acaba de empezar China se ha puesto el mismo objetivo.

“Aunque robusto en comparación con las demás economías desarrolladas, la meta que se puso China el año pasado fue la más baja en décadas”, detalló el diario Financial Times.

Salida de capitales

La impresionante salida de capitales extranjeros representa un cambio sorprendente para la imagen de China. “Las empresas chinas están invirtiendo más en el extranjero que las empresas extranjeras en China, y ahora las empresas extranjeras directamente no parecen estar dispuestas a hacer nuevas inversiones en China”, señaló David Lubin, del centro de investigaciones Chatham House.

“En el trimestre que concluyó en septiembre, las empresas extranjeras sacaron de China 12.000 millones de dólares, la primera vez que sucede en una generación”.

Li aprovechó su oportunidad en Davos para promover negocios en el extranjero, evitando posturas divisivas sobre las guerras en Ucrania y Medio Oriente. Pero es una batalla cuesta arriba, con el estatismo de mano dura de Xi y sus draconianas medidas contra la empresa privada, que espantan al capital extranjero y hasta a los inversores locales, mientras los consumidores chinos se ajustan el cinturón y el desempleo juvenil no para de subir.

China enfrenta una serie de desafíos interconectados: “Una prolongada caída del sector inmobiliario que daña la confianza de los consumidores e inversores, un mayor control de las actividades de las empresas extranjeras que operan en China, y drásticas medidas regulatorias contra sectores exitosas del sector privado, como la tecnología y la educación”, destacó Jason Douglas en The Wall Street Journal. “El fantasma de la deflación y el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos también influyeron en la salida de capitales de China”.

En el foro de Davos –donde el auge de China solía ser motivo de brindis entre prestigiosos políticos y financistas– este año China parece casi el paciente enfermo de la economía global. En una entrevista con periodistas acreditados en el foro, Kristalina Georgieva, directora del FMI, pidió que China implemente reformas significativas.

“En última instancia, lo que China necesita son reformas estructurales para seguir abriendo la economía, y también equilibrar más el modelo de crecimiento hacia el consumo interno, para generar confianza y que la gente gaste más, en vez de ahorrar”, dijo Georgieva.

Los analistas están pendientes de los cambios que Xi pueda implementar en materia fiscal y monetaria. “Creo que este es un año crítico para la economía china, por el riesgo de que la deflación ingrese en un círculo vicioso”, apuntó Robin Xing, economista en jefe para China del banco de inversiones Morgan Stanley.

fuente: La Nación

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