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La extraña estrategia kirchnerista de sumar viejos presidiarios a la campaña de Massa

En el massismo nadie niega que Amado Boudou esté trabajando para destrabar el acuerdo con el FMI. Y ahora Máximo Kirchner subió al barco a Julio de Vido. De condenados a indultados, ¿vale todo en nombre de la unidad?

por Eduardo van der Kooy – Los primeros metros de la campaña hacia las PASO de agosto podrían resultar ilustrativos del cuadro general de indigencia en que se encuentra la Argentina. Hay un embotellamiento de spots, eslóganes, frases hechas y bravuconadas que poco tendrían que ver con la sustancia de la política.

La declinación pareciera global, aunque los estándares de nuestro país circulan siempre por andariveles más subterráneos. Tampoco el primer cara a cara en España entre el premier socialista Pedro Sánchez y el titular del PP, Alberto Núñez Feijoo, para las presidenciales del 23 de julio, produjo demasiada algarabía ni pasión.

Aquí sobresalió el desafío en las redes entre Cristina Fernández y Mauricio Macri. Les cuesta a ambos la resignación del segundo plano. La excusa fue la inauguración del gasoducto Néstor Kirchner y un intercambio de responsabilidades por el atraso del proyecto y aumento de sus costos. En verdad, aquello que quedó boyando fue la acusación de “mentiroso” que la vicepresidenta hizo al ingeniero y la referencia que, por esa misma razón, su madre acostumbraba a castigarlo cuando era niño. El epistolario concluyó cuando el ex presidente le advirtió que “no se meta con mi mamá”.

Otra voz femenina que terció en el debate público, sin refinamiento, fue la de Malena Galmarini. Esposa del ministro-candidato y presidente virtual, Sergio Massa. La titular de Aysa, que va por la recuperación de la intendencia de Tigre, descerrajó que a Macri “el gasoducto le importó un carajo”. Reflexiva la mujer. La réplica que recibió tampoco exhibió quilates. Laura Alonso, la dirigente del PRO, ex titular de la Oficina Anticorrupción, la tildó de “ordinaria, ignorante y vulgar”.

Malena va representar un soporte crucial en la campaña de Massa. Lo fue en cada instancia en que el ministro se entreveró en alguna disputa política. En Tigre, su pago, o en el plano nacional. Insultó a Daniel Scioli (“forro” le espetó) cuando en la campaña para las legislativas del 2013, enfrentando a Cristina, su domicilio particular fue violentado y robado. En ese tiempo también sospechó del kirchnerismo. Al igual que su marido, posee una admirable plasticidad de pensamiento y capacidad de adaptación a sus intereses de grupo.

El ministro de Economía requiere del refuerzo de su mujer porque está obligado a atender muchos frentes de manera simultánea. Continúa la durísima negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que permita oxigenar las reservas (y la campaña) de un Banco Central raleado. Envió a Washington a su viceministro, Gabriel Rubinstein, junto a una delegación.

Desempolva alguna buena noticia (el aumento del monto del crédito a tasas irrisorias a los jubilados) porque sabe que el inminente índice de inflación reinstalará la preocupación insoluble de la sociedad. Algo que se ocupó de recordarle Patricia Bullrich después que el ministro candidato hurgó el pasado montonero de la precandidata presidencial de Juntos por el Cambio.

Nadie sabe si respondió a una coincidencia, pero aquel recuerdo de Massa se tradujo en el empapelamiento de muros en la Ciudad con el perfil borroso de una persona. Y un nombre: Carolina Serrano, el seudónimo detrás del cual ocultaba sus actividades juveniles clandestinas la hoy precandidata a presidenta. Quizás el ministro, sin querer, haya pisado algún callo. Los Montoneros seguirían siendo la referencia épica de La Cámpora en su imaginario revolucionario. Máximo Kirchner y Eduardo De Pedro, el ministro del Interior, son los dos grandes anclajes de Massa en ese universo, según su propia confesión.

La necesidad de fortalecer al ministro-candidato no ofrece ningún reparo en el oficialismo. De allí las compaginadas fotos de la unidad. También el perdón y la convocatoria a muchos dirigentes marginados en los últimos años. Uno de ellos es el ex vicepresidente Amado Boudou, con una condena a cinco años por el escándalo Ciccone.

El hombre insiste en todos los programas de televisión que recorre que trabaja para Massa en la elaboración de algún acuerdo sostenible con el FMI. Nadie del massismo niega esa especie. El también ex ministro de Economía ha dejado de lado a su agrupación política, Soberanxs, que siempre repudió cualquier acuerdo con el organismo internacional. Tampoco respaldó la postulación de Massa. La formalización del acercamiento con Boudou fue realizada por Leopoldo Moreau. Inconfundible y frecuente servidor de Cristina.

El diputado Máximo K aportó la última novedad. Pareció pasar inadvertida en medio de los movimientos, la forzada postal de la unidad y los discursos de ocasión que jalonaron el último 9 de julio la inauguración del gasoducto. El hijo de la vicepresidenta, en vísperas del acto, destacó que su madre participaba de la inauguración “de algo que trabajó y pensó junto a él”. Refirió al ex ministro de Planificación, Julio De Vido. Condenado a cuatro años de prisión por la compra de trenes chatarra a España y Portugal. Y a 5 años y 8 meses por la tragedia ferroviaria en Once, que arrojó 52 muertos.

Esa reivindicación resultó muy llamativa por varias razones. Este mismo año, en un reportaje, De Vido afirmó que La Cámpora “es una mochila de piedra”. Subrayó que uno de los grandes errores de Néstor Kirchner había sido abandonar su reelección y designar en 2007 en su lugar a Cristina. El ex ministro de Planificación quedó dolido cuando diputados kirchneristas permitieron en su momento el desafuero en Diputados que allanó el camino a su juzgamiento. También reprochó el silencio que acerca de dicho episodio siempre guardó Cristina. Jamás ocultó el desprecio contra Alberto Fernández.

Se trataría, en verdad, de críticas de sesgo político que nunca terminan de vulnerar el pacto de silencio entre el montón de condenados K de alto rango por corrupción. Con la excepción de José López, el ex ministro de Obras Públicas que llevó bolsos con millones a un convento de General Rodríguez. Escenario que, justamente, utilizó Horacio Rodríguez Larreta para grabar su primer spot de campaña.

Nadie conoce todavía qué pudo haber ocurrido entre mayo, cuando De Vido hizo aquellos duros cuestionamientos, y el 9 de julio, cuando fue posible escuchar a Máximo K concediéndole una especie de indulto antes de la inauguración del gasoducto.

En campaña se valorarían, a lo mejor, aspectos que en otras circunstancias serían dejados de lado. El ex ministro de Planificación fue una pieza clave durante décadas en la relación comercial con Venezuela. Primero con Hugo Chávez. Luego con Nicolás Maduro. Esos secretos permanecen por ahora blindados.

Su habilitación para regresar al campamento kirchnerista podría tener relación con esa realidad. También con la urgencia de que la unidad que pregona Massa no se vea alterada por rencores de viejos enfrentamientos y viejos presidiarios.

fuente: Clarin

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